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    M. de Cervantes. Pedro de Urdemalas
    (Madrid: RAE, 2015)
    Comedias y tragedias se presenta en dos volúmenes: el primero, incluye la edición al cuidado de Luis Gómez Canseco de los textos teatrales cervantinos, y el volumen complementario recoge estudios y anejos de Fausta Antonucci, Alfredo Baras Escolá, Sergio Fernández López, Ignacio García Aguilar, Luis Gómez Canseco, Valentín Núñez Rivera, Valle Ojeda calvo, Marco Presotto, José Manuel Rico García, Adrián J. Sáez, Debora Vaccari, Beatrice Pinzan y Martina Colombo. La obra contiene la edición de ocho comedias –El gallardo español, La Casa de los celos y selvas de Ardenia, Los baños de Argel, El rufián dichoso, La gran sultana doña Catalina de Oviedo, El laberinto de amor, La entretenida, Pedro de Urdemalas– y de las piezas manuscritas El trato de Argel, Tragedia de Numancia y La conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón. «Torné a pasar los ojos por mis comedias y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores menos escrupulosos y más entendidos», explica Cervantes en los preliminares a la edición de las comedias de 1615. El autor urdió todo ese prólogo para reescribir la historia del teatro en España, reservándose un puesto señalado, un éxito punto más que considerable y la autoría de invenciones diversas, como la reducción de las comedias a tres jornadas o el uso de figuras morales para mostrar los vaivenes de la conciencia. Cervantes quiso indagar en un arte propio de hacer comedias, rompiendo para ello con no pocas de las convenciones del teatro clásico y en un modo diverso al del otro arte, el nuevo. Por ello muchas de las comedias cervantinas no tienen un desenlace como tal, no acaban mal ni bien, sino que convergen en una cadena de hechos más o menos casuales, que no terminan por resolver definitivamente nada. Si bien se piensa, es lo que sucede con novelas como Rinconete y Cortadillo, el Licenciado Vidriera o el Coloquio de los perros y con varios de los mismos entremeses. Y es que, por más que escribiera para las tablas, Cervantes es siempre Cervantes.